viernes, 11 de junio de 2010

Divagué por los ojos, de vos y ellos.


Comencé a ver trenes que marchaban sin mi. Comencé a ver fotografías que ya habían sido depositadas en el recuerdo. Valiente el cielo, recordándome siempre que debo volver a mis raíces, que debo quitar un poco de lógica para permitirme ser la esencia de mis cimientos.
Ciertas cataratas perduran en los juegos infantiles. Ellos, que hasta cierta edad no sucumben a la corrupción del mundo, con sus fantásticas muecas celestiales y dichas para armar. Con sus castillos de ideas, sus picardías insaciables y su inteligencia siempre prematura acompañada de la serena sonrisa que los define.
Ciertos desiertos se funden en sus miedos, están al acecho de cualquier vértigo posible, para combatirlo con la inocencia más poderosa que puede contener cualquier alma en todo el ciclo vital.
Una etapa... solo una etapa? Como y cuando soltamos la manito de aquella niñez que nos hizo tan felices?
Se despierta el mundo, se viste de rutina y sale a la selva para combatir contra las tempestades del universo.
Comencé a ver paraísos, comencé a ver tristezas. Recordé. Ví las permanentes arrugas de mi padre en su semblante cansado, ví sus ojos entregados a la vida. La miré a ella, y vi los surcos de sus labios inmoralizándose hacia abajo, como si la expresión de inconformismo fuera permanente. Una lágrima diminuta y débil abandonó mi pupila y manejó hacia un pedacito de sábana . La luz en la ventana, la sombra militar del pasado, las calles por las que tropecé, el sudor de mis hermanos, los anteojos gigantes, su escasa cabellera rubia, la tormenta que nos obligó a ocultarnos en la misma cama, a los tres, víctimas de la luna, la misma piel, el mismo útero. El nuevo integrante, redentor integrante, sublime aura de la familia.
Los recuerdos del pasillo. Posiblemente inolvidables.
Hoy no voy a escribir el otoño, vas a ver que no. Es, ya lo sé, un poco de vida para quebrar con tanto desierto, con tanto vacío infértil, para quebrar de una vez.
Comencé a ver amanecer, y me dí cuenta que mis estrellas son inmortales. Abrí la puerta, y los vi, con su mate dulce y eterno : ¿Querés un mate, Cuyi?.