jueves, 16 de agosto de 2012

Continente onírico.

Antes de partir... ¿a dónde voy?... Luego de semanas de mirar un punto fijo e inexistente, de no poder poner en palabras, de no tenerlas, de que se escurran de mi mente y caigan a un abismo en el que mis manos se muestran inútiles, desprovistas de acción más allá de mi pugnante voluntad...Solo sé que a medida que vaya escribiendo los recuerdos se irán cristalizando, iré aclarando y recapitulando mediante este escrito.


Mi cuarto se muestra más oscuro de lo normal, afuera hay un temporal invernal que arrasa la ciudad purificando las calles maltrechas, las torres grises parecen engalanarse entre tanta belleza acuática y los árboles no tienen más remedio que alzar sus ramas y bambolear sus hojas al ritmo de la sudestada.
Después de noches interminables de un hastiado insomnio, de forma imperceptible logro concebir el sueño... sin darme cuenta ya formaba parte de un continente onírico...

Estábamos él y yo, como rememorando viejas épocas de paseos sin destino. Mi cuerpo denotaba el desgaste de una caminata previa, pero la realidad se desencadenó cuando divisé frente a mi una pared constituida  por vidrios rectangulares que, aparentemente, formaban el frente de una casa que mi mirada toda no llegaba a abarcar...sólo podía ver el adentro: una habitación enorme y blanca con una puerta de fondo -casi en un segundo plano-, un diván sin estrenar desparramado en un costado, una televisión estruendosa transmitiendo banalidades, una mesa negra con un libro -autor desconocido - y un bolso casi en exhibición -como quien se va de viaje-  que dejaba descubrir en su interior las prendas de una mujer. El acceso a las profundidades de este recinto era una puerta negra blindada de un tamaño descomunal atravesada por un cilindro horizontal rojo a modo de manija. Veo barrotes incrustados en la frágil pared de vidrio que funcionan de escalera para acceder a no se qué parte de aquella casa posmoderna. La manija de la puerta actuaba como primer peldaño de la escalera. Un edificio que oscilaba entre la frivolidad en su máxima expresión y la materialidad macabra, siniestra y atroz de algún relato narrado por Stephen King.
Nos miramos ya entendiendo lo que sucedería y él, nunca dejando de lucir las almendras de su mirada, con su sonrisa característica hizo una afirmación decidida. (Hasta acá lo vi, luego desapareció)
En mi impertinencia, elijo escalar esos barrotes para llegar a lo desconocido, pero al apoyar mi pie en el primer peldaño abro la casa  involuntariamente... Desde la puerta interior que daba a una habitación contigua sale ella, desplegando en su caminar una soberbia admirable sin dejar de transmitir una fragilidad indefensa. Se acerca a la puerta de entrada, clava la vista y me perfora los ojos con su mirada arrolladora. Yo tímidamente intentando resarcir el daño balbuceo un perdón,  a lo cual ella, sin denotar indulgencia, arremete: 
-Pasá, te estaba esperando.
Entré. Intentando ser lo más discreta posible, analicé el cuarto sacando treinta conjeturas distintas sobre los objetos que ahí habitaban. Mi respiración era entrecortada y sentía cómo lentamente mi tórax se iba humedeciendo, cuando ella aniquilando mi introspección me dice: 
-Hacía mucho tiempo que este momento debería haber transcurrido...
- Puede ser.
- Salgamos a caminar.
La ciudad era la misma máquina metálica de siempre, los engranajes sucediendo simultáneamente haciendo girar la enorme esfera permanente de la rutina; Sin embargo, mis sentidos no se encontraban completos, mi mirada detectaba cada detalle pero el movimiento era mudo... solo predominaban el sonido de nuestros zapatos impactando en las baldosas de la vereda y el silencio entre nosotras opacando el estruendo urbano. Llevado un tiempo, me dí cuenta que ella marcaba el rumbo y me paseó durante horas por toda la metrópolis; no obstante, no desesperé y me dejé guiar. Mi ansiedad me confesó que debíamos ir al meollo directamente, y que la cuestión solo era mera indagación. Recuerdo haberle hecho un millar de preguntas, y recuerdo que para cada pregunta tenía una respuesta muy concreta, pero en cada contestación la información se perdía en aquella atmósfera enigmática e inentendible dejándome desprovista de claridad, aclarando dudas que no mostraban aclaración y convirtiéndome en una ignorante inerme caminante. Lo único que puedo vislumbrar después de tanta interpelación es el siguiente fragmento:
-¿Como te diste cuenta que era yo? ¿Porque no otra?
- Porque te vi en sus ojos mientras te nombraba. Porque tu nombre resonaba en sus labios y en su mirada se producía un claro oscuro que debilitaba su órbita completa...
Hay una parte censurada en mi inconsciente que no me permite recordar y como último recurso, la justificación me consuela con una frase hecha, más que trillada, fusilada: "por algo será".
Sumergidas en el atardecer, adentradas en el cansancio, era evidente que ella ya había decidido donde concluir el trayecto y de un momento a otro me encuentro iluminada por luces que trastabillan, sujeta al suelo de un recinto gris y estéril y embebida de los quejidos agonizantes y el olor humano e insípido - mezcla de carne y desinfectante- de los pasillos de un hospital antiguo.
Se da vuelta, deteniendo sus ojos teñidos de una tristeza tirana en mis pupilas vulnerables a punto de destrozarse en lágrimas impotentes. Ella estaba vengativamente hermosa, su pelo negro ocultaba minimamente sus hombros y su flequillo hacia el costado era el complemento ideal que dejaba apreciar el contorno de su ceño perfectamente acabado...
Luego de siglos de silencio - imagino que en tiempo real habrán sido cinco segundos- sentencia:
-  Hasta acá llegamos. Acá vas estar, es el lugar más propicio para que tus días transcurran sin perturbaciones. Retraída, recluida y alienada... Ya llamé al doctor.
Veo su silueta gris recortada por el fulgor del ingreso al hospital, me deja y se aleja.

Todavía no pude despertar...