miércoles, 9 de noviembre de 2011

De lo trascendental.

Al el del medio.

Y así fué como finalmente me entregué
a la conversación con la luz.
Dejé de mirar
en dirección
al suelo para elevar mis ojos
en el momento justo
en que el sol se
desprendía de las nubes tormentosas
atormentadas,
tempestuosas.

Todo es de un naranja suave,
un verde raudo y terso,
un azul intenso,
y un rojo dulce.
Todos los colores son puros,
todos los minutos son vivos.

Y ahí comprendí,
ahí rechacé el miedo a ser
pura,
el temor a ser ánima,
sustancia y
feminidad,
mujer fraternal,
sin lo fortuito del instante,
con la voluntad no vacilante,
me entregué
y abracé mi sangre,
sentí su fuerza
y lloré,
de alegría reí,
de alivio lloré.

Miré sus ojos
y comprendí mi existencia,
el brillante me abrazó
y magnificó mi vivencia.
Entendí, por fin entendí.
En su luz ví mi reflejo,
y todo es de
una
fuerza
indescriptible,
no hay
palabra posible,
para adjetivar,
lo tangible,
del amor por
la estirpe.