sábado, 31 de enero de 2015

Deseos Marginales.

Yo pensaba que dormir era el mejor camino. La alternativa más propicia para desear en silencio sin tener que cuidarme de un otro. La impunidad de lo onírico. La impunidad sin injusticia. Ese lugar donde el parámetro no existe, donde no contiene un punto de vista o una ley. Ahí es donde yo recurría siempre y fantaseaba. Despertaba ruborizada, sudada y excitada. Entendía que mi lógica venía a reventar la fantasía, pero no podía negarme, no podía dejar de acceder, no podía dejar de ir a la búsqueda de. Yo deseaba, quería, imploraba, invocaba. Y ahí todo era real, en mi cabeza todo era materia y movimiento. Pensaba en que quizás dormir era el mejor camino. Entonces seguí durmiendo y soñando y fantaseando. Pensaba que quizás dormir en forma permanente era el mejor camino, para soñarte y fantasearte y que todo sea claro y real, mientras mi cuerpo sin consecuencias revive en imágenes cada instante de este deseo marginal. Tu cuerpo.

La vigilia se hace insoportable, no quiero puntos medios. Quiero dormir y tenerte o despertar y soltarte. Carecer de tu boca. Resistirme a tu lengua. O tenerlo todo.

Ya todo está consumado, toda la fantasía se desprendió de mi mente como un aire espeso, pesado y contundente, va tomando forma en el espacio. Puedo verla, puedo ver tal fantasía encarnizada, puedo verme habitando la fantasía que hacía minutos atrás dibujaba parsimoniosamente en la pasividad de mi mente. Ahora estoy activa, me muevo y respiro mi mente, mi fantasía. La copia fiel. El desatino. El reparo. El respiro. Endeudarme con mi moral y sucumbir bajo cualquier circunstancia a la terrible empresa de dejarte ser parte de mi cuerpo por unos instantes.Liberar tu saliva sin pensar en que negarte sea mi salvación.

No. No, ya no quiero negarte. Ya no. Ya no puedo con este deseo. No quiero salvarme. Quiero sentir mi condena, la más placentera de todas.

Cierro los ojos y todo está pasando, yo descreo, me mantengo escéptica, lo contengo dentro mío incrédula. Presiono mis labios, mi cara se frunce. Presiono mis labios y siento un dejo de sangre en mis encías, el gusto del hierro, la vendimia de la carne, el fruto de las venas. La siento toda ahí, es mi alimento, me nutro para seguir devorándola. Devorando toda esa feroz ternura que se retuerce dentro mío y fuera, entre mis piernas, entre mi cintura, mis hombros.
Lo siento insoportable, despiadadamente intolerante. Juntarse con otro es agotador.
Juntarse con un otro es insoportable. Amar es insoportable. El sólo hecho de creernos capaz de unirnos a un otro que resulta ser tan imposible, inabarcable como uno mismo es inaudito.
No lo tolero. Quiero separarme. Irme.
No tolero el placer, pero el placer mismo me obliga a quedarme y permanecer en ese acto de gula insoslayable. El placer, el regodeo en esa vibración, me convoca y me aprisiona. Y mi destino es ser devorada, una o dos, o las veces que dictamine el antojo voraz de la bestia que en este momento está moldeando todos los límites de mi cuerpo. No opongo resistencia, no la hay, no existe en el lenguaje cuando de bestia se trata, cuando de apetito hablamos.
Y la fantasía se configura de esta manera,  con estas sílabas y este aliento. Este gemido que retumba en mi mente mientras se transfigura mi gesto. Este placer indeleble que se lee entre sexo, la crueldad del deseo o el llanto inconmovible del orgasmo.

Es inminente. Es insoportable. Juntarse con otro es insoportable. Y el encuentro con la bestia, mis pechos devorados por sus fauces ensalivadas, el intercambio de fluidos, su humedad aflorando en mi vagina, ha sido quizás lo menos insoportable jamás vivido. Lo menos insoportable de la realidad.