domingo, 27 de enero de 2013

Constitución II.

(masculino)

-http://www.youtube.com/watch?v=8LeQN249Jqw
 (Olsen Olsen- Sigur Ros)

A cada instante, un nuevo amor.
A cada amor, una razón.
A cada razón, un mundo nuevo.


Hay gente que cree en el postulado romántico de: "amor a primera vista"... yo me identifico más con la noción de "odio a primera vista". Es que la odié por haber irrumpido en mi vida de una forma tan egoísta y cruel... egoísta, porque no se da cuenta que siendo tan precisa logra una dependencia maldita. Cruel, por lo repentino de su llegada. Solo con pensarla, a uno le invade una fiebre infantil -debería sumarse una cuota extra de mortandad cada día, sumar más muerte de la que indefectiblemente todos construimos con el paso del tiempo-.

Ahora ya no puedo decir que todo esto fué un viaje en tren, o un encuentro casual. Nunca pude detectar la diferencia entre lo causal y lo casual, me resultan tan idénticos como el destino y el desatino. Lo único que sé es que te encontré de forma insólita en el lugar más inadecuado. Lo único que se es que quería llegar a La Plata y no podía. Y entre tanta cabeza detecté una sonrisa, una preocupación parecida a la mía. Quizás lo particular del encuentro no eras vos, sino mi deseo de conocer a alguien, a quien sea. Por ósmosis, me acerqué entre el bullicio porque necesitaba de tu compañía, no se si me acerqué de entre el bullicio de la estación o el bullicio de la vida misma, que cotidianamente resulta insoportable y ensordecedor. Supe que callarías como yo entre tanto bullicio y que juntos formaríamos un silencio afable en el cual podríamos besarnos, o tal vez dormir, o soñar.
Nos guíamos mutuamente, vos a mi destino y yo a tu desatino.

En un tren azul, todos los elementos clásicos de la diplomacia dialógica se descartaron inmediatamente. Las oraciones que formulabas ponían en jaque mi desinterés en ciertas cuestiones filosóficas, desafiaban mi sentido de la percepción, que en líneas generales siempre fué bastante inmaduro. Sentía la imposición de darte una respuesta sensata a cada comentario tuyo. Cierta risa, sesgada por la melancolía, nos acompañó en el gris profundo de los asientos plásticos. Vos hacías unas maniobras extravagantes tratando de cebar mate mientras el vagón zigzagueaba raudo sobre las vías. Necesité un nuevo silencio y te invité a reincidir.
Cuando bajaste, dejaste de ser mi instante, mi anécdota, para volver a ser una más entre la gente. Volviste a ser esa angustia exasperante que me genera lo intangible, lo inexistente.

Pasaron los días, yo entre mis últimas horas, vos en no se qué momentos distantes. Sentí el miedo de involucrarte, de sumarte entre mis planes, aunque yo claramente sabía que este vínculo era obsoleto, ya caduco... o quizás tuve miedo de no sentir lo mismo que en aquel gris rústico que nos envolvió hacía unos días.
Aquella noche eras un artilugio infrecuente en aquella esquina, esperabas a que alguien te actualice de mi presencia. Te observé clandestinamente y lo percibiste. Nos miramos deliberadamente y reímos.
La noche se extinguía junto con nosotros y por alguna razón no lo aceptaba. El tiempo se evanescía como nosotros y esa sola idea me paralizó.

Me invitaste a pasar y me diste la espalda mientras te ocupabas de la cocina. Una suerte de hipnosis se apoderó de mis manos y repuntó en una adrenalina adolescente. Estabas ahí, como aguardando no se qué reacción caníbal, un preludio carnal. Implícitamente me sugeriste tu cuerpo. Me dabas la espalda pero sentí la entrega y la deriva. Enlacé mis manos al talle de tu cintura y palpaba la simetría de tus curvas delimitando tu cuerpo. Inclinaste el cuello sutilmente invitando a mi boca. Sentía el calor de tu pecho. Padecíamos un temblor incontrolable que rozaba el paroxismo. Solo atiné a darte la vuelta desde la cintura y aspirarte entera en un primer beso. Intenté morderte la oreja y no pude. Me presionabas la espalda mientras yo te despeinaba. Cada caricia tuya me dolía tanto como me excitaba... pero me arrastraba, me arrasabas descontroladamente. Parecía una lucha a ver quien empujaba al otro más fuerte para llegar al cuarto. Lo último que recuerdo es el sonido de la pava gimiendo en la cocina.

Inhalé hasta tu último aroma y me deslicé en el sudor de tus ojos. Tus pechos, de una blancura inaudita, se desplazaban verticalmente. Te abrías y exhalabas los vapores cálidos del regodeo, mientras exhibías impúdicamente tus costillas que formaban dos diagonales curvilíneas marcando una linea imaginaria hasta tu ombligo. Nuestras mejillas iban enrojeciendo paulatinamente, parecían fosforescentes en la penumbra de la habitación. Nuestras caderas tupidas friccionando y mi piel demasiado torpe, frágil y tosca para resistir tamaño placer. Todo eso me rosaba y me perdía. Era una sed frondosa que me envolvía y lograba matar algo de mi individualidad.
Cuando nos recostamos, intenté contenerte y no te dejaste (creo que eso fué imperdonable) y me obligaste a ser yo el contenido. Apoyaste mi cráneo sobre tu pecho maternal, me dejé estar... después de unos minutos  dijiste:
- Me acuerdo de aquel invierno derrotero en que leí a Emily Bronté... siempre quise un amor como el de Catherine y Heathcliff. Quizás, esto cumpla mi fantasía estúpida y adolescente del amor tortuoso, simbiótico... imposible.
- ¿Porque apareciste en el momento menos propicio?
- ¿Quien te dijo que aparecí en el momento menos propicio?

El tiempo transcurría. Esa sinfonía que nos hizo tan únicos, tan puros, que nos convirtió en bestias placenteras, pereció como lo hace cualquier instante prófugo de nuestra voluntad.
No pudimos congelarnos. Los astros debían seguir girando.
Antes de abrir la puerta intenté ser lo menos solemne que pude y el portazo me sonó a final. Pensé en volver, pero era inútil prolongar la agonía, el sol desfilaría una vez más sobre la tierra y éste ya no brillaba para nosotros.
Cuando salí a la calle me fuí pensando en tus palabras, en como torpemente intentaban transformar tu cotidianidad en una poesía constante, como usabas el lenguaje para intentar llegar a esto y como metaforizabas lo que parece estar explícito. Era esa complejidad o esa humanidad de la que yo carecí siempre. Podías expresar tu sensibilidad y hacer algo con ella, lo que sea.
Me encarné en esa ciudad por última vez, siendo otro.
¿Cómo se vuelve a lo cotidiano luego de experimentar lo desconocido?

Aún no se si llamarla amor, fascinación, ternura o recuerdo. La llamo desde lejos y sé que me escucha pero por alguna razón su respuesta no llega. Siento la ausencia de alguien que no me llama. Quizás deba volver a leerme desde antes, para ver si me repito, o para intentar reivindicarme y buscar en el pasado lo que ya no recuerdo o simplemente volver. Quisiera no estar escribiendo, porque si te escribo quiere decir que no puedo decírtelo, aunque la peor parte de todas sea que tampoco podré leértelo.
Ya no quiero más este regocijo, la melancolía del recuerdo... pero dejar este regocijo me obligaría a no pensarte, no buscarte o no escribirte más. Hay algo muy parecido entre escribirte y recordarte, escribo para recordarte o recuerdo para escribirte... por más que sepa que dentro de no se cuanto tiempo ya no tenga ninguna de esas dos cosas.
Ni siquiera me serviría trasnochar en todos los burdeles de París.