domingo, 17 de julio de 2011

Bitácora ( 1º día)

De lo débil que fui, por eso soy ahora en el ensueño, contando una por una las andanzas de esos sentimientos fugitivos, incontables o mejor dicho innumerables... El nuevo invierno se adueñó.
Tan débil me creí, y así me suspendí, me clausuré, débil, débil, débil.
Mi reflejo me delata, un reflejo que quería no ser yo, se negó a ser yo, pero fue más que yo. Alguien que no figuraba ser yo y el reflejo me desveló. Quise! No ser yo!, pensé primero en no ser yo, y fue él, aquél de dúctil sabor, de palabras y vértigo, y abismo. Incertidumbre sedentaria y perpetua. Me desnudó. Ahí, me desnudó. Él y yo, reflejo y reflejado.
Me resolvió como un mundano acertijo en aquella esquina con guitarras vergonzosamente desprolijas y veredas de otoño, viento y domingo.
Sombra sorda y ojos trastabillando, jugadas tenues y clandestinas.
Y un verdugo en el espejo. Quería no ser yo, se negó a ser yo, era yo y quise creer no ser yo, hasta que creí ser. Y fui yo. Mi nexo y yo.
Y ahí lo veo, el cuerpo que gime, grita y se cristaliza de excesivo ocultamiento.

Él es. La rigidez de un número romano que me acompaña en algunos momentos del día, y me contengo y lo hago difuso. Él es, cuerpo de resaca y hastío, de lágrimas y tinta, ofuscación y pasado. Cuerpo sonoro y animal. Cuerpo dubitativo y moral. De balbuceo y deseo. De nudos infinitos y efímeras palabras. Lóbrego placentero. Cuerpo al que no puedo dejar de pensar e imaginar. Cuerpo para leer y detectar. Cuerpo sensible y desalmado. Egoísta y seductor. Cuerpo que me fagocita silencioso.