{Temo que la tierra hoy no podrá sostenernos, que el vientre del nuevo día no inicia el alumbramiento, no hay parto...
Encontró el sitio. Ella se sentó en la orilla
para esperar, sabía que demoraría algo de tiempo. El borde del río era hostil, le
salpicaba la frente con un manojo de agua indomable, dejando gotas débiles -
entre su pelo- que se resistían a ser
arrasadas por el viento. Esperaba un llamado, observaba el teléfono obstinado en permanecer mudo. Ella estática, inerme. Los pensamientos inútiles moraban errantes en su cabeza, pasaban como luces irreconocibles, se desechaban, todos incapaces de calmar alguna ansia o desesperación. Vaciló, pensó en irse, pero ya era tarde. Una mano cansada e imperiosa se posó en su desdichado hombro.
La superficie estaba agotada y sobrecargada,
rocas de todos los tamaños, ramas arrastradas por el río, depositadas por su
acuático desertor en tierra firme. Óxido y madera muerta, hierros de antaño,
perecederos y en desuso, imposibles de resucitar, esparcidos
indiscriminadamente por el lugar, partes desconocidas de algún navío que
naufragó. Y en la orilla, ella, sentada en un montículo de escombros, mirando
el horizonte.
(¿Cómo hacía para decirle que no era él el
hombre que ella esperaba?)
Una arena áspera, gris e imperceptible como
último detalle. Polvo, restos de algo, alguna cosa que en tiempos pasados habrá
sido útil.
No obstante, lo guió hasta su cuarto. Ella se
dejó desvestir, se dejó tomar por esas manos forzudas que no eran las buscadas
-ni las deseadas-.
Las nubes grises exhibían su contorno oscuro jactándose de sus formas innombrables, indefinibles, alejadas de todo rótulo. Creaban un cielo ciego, amorfo, de tintes negros entreverado con un azul profundo que, sin haz de luz alguno, anulaba la vista.
Siempre realizaba el mismo ritual, la mirada
fija en las pupilas femeninas y de pronto, en un arrebato espontáneo, comenzaba
a besarla desenfrenadamente, mientras, mordiéndole el labio superior y acariciándole
su cintura, la arrojaba en la cama. Ella se acostó intentando fugarse de ese
aquí ahora indeseado, pero las manos de aquel hombre apretujándola, oprimiendo
sus pechos y ensalivando su yugular le impidieron ausentarse. Él rozaba la
punta ensanchada de su lengua por todo su cuello dibujando curvas acuosas, mientras que
ella sentía la caricia del filo de mil cuchillos resplandecientes.
Concluido el acto, no dudó, lo dejó ir sin
darle explicaciones (ésta es la última vez que venís). Él, confundido y solo, se alejó de su puerta con un sabor amargo en
su paladar, se dirigió a la avenida cercana y se sumergió en la multitud sin rostro que caminaba herida, sin
remanente temporal, hacia ningún lado, engranajes de la voracidad sistemática.
No hay momentos
preciados preexistentes que nos arranquen de la hora inmotivada. Mi lado derecho grita aquejado por un
jolgorio que sangra los oídos, por un banquete al que
no fui invitada. Hoy no es un día para salir a la vida.
En un rincón, en la penumbra de la mañana,
ella se sentó en posición fetal. Sus lágrimas humedecieron su antebrazo y su
piel sedienta absorbía toda secreción. Recurrió a la soledad del campo, pensó
que antes de... antes era mejor ver la autopista
desequilibrada plasmada de humo y las luces fugaces intentando iluminar la
congelada oscuridad cotidiana.
Sólo había una melodía en su cabeza, su
garganta eran las cuerdas de un cello grave, garganta maltrecha y descolorida
que contrastaba con su lengua de violín huérfano. Llegó al sendero y no había
persona alguna, eso la alivió. Los pensamientos comenzaron a marearse, soltó
sus ropas escuetas y caminó despojada en la soledad de la pampa. Un ocaso
anaranjado teñía su porte gris dorando sus ojos ausentes. A cada paso sus pies
asfixiaban una parva enmarañada de maleza famélica. Levantó la vista... ahí
estaba, la entidad más egocéntrica del sistema solar todo, brillante, esbelto,
enorme, cegador, tirano, un ojo fulguroso a punto de extinguirse en la niebla hambrienta
de la futura noche. Un halo triste de atardecer la encontró y vio hexágonos
transparentes, de diversos tamaños, haciendo luces en su mirada mientras el
cielo mutaba calmo amenazando con una tormenta eléctrica
impenetrable. Se dejó caer en el llano, todo su peso hacia el piso, su cuerpo
en punto muerto, boca arriba, médula abajo. La primera gota impactó en su frente despejada y se deslizó
por la mejilla enrojecida. La segunda, se entrometió en el hueco débil que
formaban sus labios morados y entreabiertos salpicando el lunar alojado encima
de los mismos. ¡Tempestad! cataratas enfurecidas de lluvia hicieron colapsar
sus pupilas ya dilatadas. Cerró los ojos y un suspiro último se dejó estar.
Horas más tarde se manifestó el aura. Un viento grotesco silbaba delicadas notas de aire que acariciaban la desprevenida flora del lugar. El cuerpo yacía pálido y desalmado entre
el silencio y el imperceptible movimiento de la llanura. Una danza maliciosa de naturaleza carnívora.
El espacio vacío.
El espacio vacío.
...Quiso nacer un relato donde la situación
volátil se deslice entre las líneas, que los hechos se desplieguen y acaricien,
acciones, momentos y entrecruces... pero hoy... ¡Miércoles hostil! ¡día inútil!
Sos un huésped anónimo e impávido, la fragmentación pura entre mis dedos
torpes. Hoy no es un día para salir a la vida}