viernes, 27 de julio de 2012

Relato pobre.

Bajo la supervisión de mi semidios, el que pone todo en el lugar correcto. Gracias.

{Temo que la tierra hoy no podrá sostenernos, que el vientre del nuevo día no inicia el alumbramiento, no hay parto... 

Encontró el sitio. Ella se sentó en la orilla para esperar, sabía que demoraría algo de tiempo. El borde del río era hostil, le salpicaba la frente con un manojo de agua indomable, dejando gotas débiles - entre su pelo-  que se resistían a ser arrasadas por el viento. Esperaba un llamado, observaba el teléfono obstinado en permanecer mudo. Ella estática, inerme. Los pensamientos inútiles moraban errantes en su cabeza, pasaban como luces irreconocibles, se desechaban, todos incapaces de calmar alguna ansia o desesperación. Vaciló, pensó en irse, pero ya era tarde. Una mano cansada e imperiosa se posó en su desdichado hombro.
La superficie estaba agotada y sobrecargada, rocas de todos los tamaños, ramas arrastradas por el río, depositadas por su acuático desertor en tierra firme. Óxido y madera muerta, hierros de antaño, perecederos y en desuso, imposibles de resucitar, esparcidos indiscriminadamente por el lugar, partes desconocidas de algún navío que naufragó. Y en la orilla, ella, sentada en un montículo de escombros, mirando el horizonte. 
(¿Cómo hacía para decirle que no era él el hombre que ella esperaba?)
Una arena áspera, gris e imperceptible como último detalle. Polvo, restos de algo, alguna cosa que en tiempos pasados habrá sido útil.

No obstante, lo guió hasta su cuarto. Ella se dejó desvestir, se dejó tomar por esas manos forzudas que no eran las buscadas -ni las deseadas-.
Las nubes grises exhibían su contorno oscuro jactándose de sus formas innombrables, indefinibles, alejadas de todo rótulo. Creaban un cielo ciego, amorfo, de tintes negros entreverado con un azul profundo que, sin haz de luz alguno, anulaba la vista. 
Siempre realizaba el mismo ritual, la mirada fija en las pupilas femeninas y de pronto, en un arrebato espontáneo, comenzaba a besarla desenfrenadamente, mientras, mordiéndole el labio superior y acariciándole su cintura, la arrojaba en la cama. Ella se acostó intentando fugarse de ese aquí ahora indeseado, pero las manos de aquel hombre apretujándola, oprimiendo sus pechos y ensalivando su yugular le impidieron ausentarse. Él rozaba la punta ensanchada de su lengua por todo su cuello dibujando curvas acuosas, mientras que ella sentía la caricia del filo de mil cuchillos resplandecientes. 
Concluido el acto, no dudó, lo dejó ir sin darle explicaciones (ésta es la última vez que venís). Él, confundido y solo,  se alejó de su puerta con un sabor amargo en su paladar, se dirigió a la avenida cercana y se sumergió en la multitud sin rostro que caminaba herida, sin remanente temporal, hacia ningún lado, engranajes de la voracidad sistemática.  

No hay momentos preciados preexistentes que nos arranquen de la hora inmotivada. Mi lado derecho grita aquejado por un jolgorio que sangra los oídos, por un banquete al que no fui invitada. Hoy no es un día para salir a la vida.

En un rincón, en la penumbra de la mañana, ella se sentó en posición fetal. Sus lágrimas humedecieron su antebrazo y su piel sedienta absorbía toda secreción. Recurrió a la soledad del campo, pensó que antes de... antes era mejor ver la autopista desequilibrada plasmada de humo y las luces fugaces intentando iluminar la congelada oscuridad cotidiana.
Sólo había una melodía en su cabeza, su garganta eran las cuerdas de un cello grave, garganta maltrecha y descolorida que contrastaba con su lengua de violín huérfano. Llegó al sendero y no había persona alguna, eso la alivió. Los pensamientos comenzaron a marearse, soltó sus ropas escuetas y caminó despojada en la soledad de la pampa. Un ocaso anaranjado teñía su porte gris dorando sus ojos ausentes. A cada paso sus pies asfixiaban una parva enmarañada de maleza famélica. Levantó la vista... ahí estaba, la entidad más egocéntrica del sistema solar todo, brillante, esbelto, enorme, cegador, tirano, un ojo fulguroso a punto de extinguirse en la niebla hambrienta de la futura noche. Un halo triste de atardecer la encontró y vio hexágonos transparentes, de diversos tamaños, haciendo luces en su mirada mientras el cielo mutaba calmo amenazando con una tormenta eléctrica impenetrable. Se dejó caer en el llano, todo su peso hacia el piso, su cuerpo en punto muerto, boca arriba, médula abajo. La primera gota impactó en su frente despejada y se deslizó por la mejilla enrojecida. La segunda, se entrometió en el hueco débil que formaban sus labios morados y entreabiertos salpicando el lunar alojado encima de los mismos. ¡Tempestad! cataratas enfurecidas de lluvia hicieron colapsar sus pupilas ya dilatadas. Cerró los ojos y un suspiro último se dejó estar. Horas más tarde se manifestó el aura. Un viento grotesco silbaba delicadas notas de aire que acariciaban la desprevenida flora del lugar. El cuerpo yacía pálido y desalmado entre el silencio y el imperceptible movimiento de la llanura. Una danza maliciosa de naturaleza carnívora.
El espacio vacío.
...Quiso nacer un relato donde la situación volátil se deslice entre las líneas, que los hechos se desplieguen y acaricien, acciones, momentos y entrecruces... pero hoy... ¡Miércoles hostil! ¡día inútil! Sos un huésped anónimo e impávido, la fragmentación pura entre mis dedos torpes. Hoy no es un día para salir a la vida}

martes, 10 de julio de 2012

No se el ser.

No se esta partida.
Yo no se este escrito.
Yo no se mis ojos,
no se tus olores.
No se con quien me acuesto
ni quien es la sombra desparramada en mi cama de penumbra.
Desconocimiento.
Yo se inexistencia,
se que soy ausencia.
Yo se de ausencia.
Yo no, no existo.
No se el pasado.
No se este presente.
No se el sexo, no se el cuerpo.
No se permanecer. Se el amanecer.
Yo se que soy desamor,
un deseo nefasto,
un volver inminente,
de abismo incoherente.
Laceración.
No puedo el verano, puedo el invierno.
Yo se que soy descartable,
Se mi ser perecedero.
Yo no se mis letras, ni mi coherencia.
Yo no se a que puerto arribaré.
Yo no se de nuevos días
Sé mi sangre putrefacta,
sé mi sed, sé mi ser.
Se el vaivén,
se frío el andén.
Yo no se el saber,
no se el ser.
Yo no se de lineas,
no se de rimas,
no se de prismas.
No se de orden, no se de inteligencia.
Se de caos e indulgencia. Demencia. Miseria. Materia y arteria.
No se la batalla.
Incongruente.
Ser.
Sé de envestida,
sé de terremoto a la deriva.
Saber.
Se mis lagrimas y mi testigo,
se la sombra en el espejo,
en lo cóncavo y lo convexo.
Yo no se el tabaco ni la sonrisa.
Yo de escenario y melodía -no se- ni la letra,
el torbellino y la brisa.
Sé el polvo, sé el resto, sé el tilo, sé el borgoña.
Sé la arcada que asfixia (sos, serás).
No se la autosuficiencia,
se la hoja suelta,
no se la sapiencia.
Sé el viernes, no seas el mes.
Sé una noche, no las hojas verdes, no la arena.
Sé crepitar, sé marchito, sé oscuro y triste.
Sé estático, sé cobarde y desalmado.
Sé rojo, sé negro, sé menta.
Obturador.
Yo se manipulada, yo se acariciada.
En ausencia no se, sé ausencia.
No se la superficie, se el averno.
No se el reparo, se el daño.
Sé el reparo, no el daño.
Es que no se,
enserio no lo se.
No, no puedo saberlo, no hay sendero que me transporte -no se el maldito sendero-.
No hay larva que me carcoma.
No se lugar, no se tiempo ni espacio.
No se a donde llegué.