viernes, 9 de septiembre de 2011

Bitácora (2ºdía) Quizás lo último de...

¿Del Invierno?


A que la crónica sea un fracaso retundo, no quiere decir necesariamente que el secuestro lo sea, mucho menos el suicidio. Mi defensa es solo el chaleco que llevo puesto (por el mero hecho de nombrar algo, cualquier cosa) y estas plegarias débiles que habitan en el mareo infinitamente circular de mi boca.
Que silencio aterrador me regala hoy el océano! Que oscuridad inquebrantable rodea al mundo en esta noche de lamentables sinsabores! Debo seguir entregándome a ella, a él, sin dejar que me atraviese cualquier tipo de subterfugio huérfano de razón.
Es casi una ofensa, es casi una ofensa a las estrellas tus ojos brillantes con iris de agua salada!
Indefensa estoy y me interrogo por milésima agotadora vez el origen indescifrable de tu nimbo natural, el misterio de tu súbita presencia en la utopía de mis pensamientos etéreos.
Me entrego al masoquismo inefable de la vida. La vida siempre siendo muerte, la vida como suicidio inminente, la vida que secuestra a los inmortales.
¿Debería calificar mis deseos como hambrientos? ¿O acaso debería yo llamarlos insaciables? ¿y simultáneamente dar fin a mis pulsiones impacientes?
Esto ya es un suburbio, ni siquiera un horizonte, es una periferia cuadrada sin siquiera un mínimo núcleo, un caroso latiendo, es solo periferia.
Estas son voces y solo voces... me susurran lento desde un lugar muy oculto, desde las partes nunca identificadas de mi cuerpo. El aullido visceral del piélago, el rugido impactante de sus olas pentagramadas, el mar devorándolo todo, el agua reproduciéndose a miles de litros por segundo invadiendo el singular islote protector.
Y vos solo y atemorizado en la balsa esperás encontrar una botella que vaga a la deriva de las aguas con el mapa que dibujaste al comienzo, con el camino que pensás indicado para alejarte fugazmente de las frutas incendiadas del averno y rescatarte de esta fluctuación perturbadora.

La viste antaño,
mecida en las cuerdas inexperimentadas,
y un instrumento,
y una excusa,
y el fermento en sus palabras,
movilizó tus entrañas.

Hoy, no
hoy, ya no mirás su alba
ni su piel interrogás,
solo te dedicás a ignorar,
ignorar para no caminar,
ignorar para no arriesgar,
ignorar hoy,
ya no mirás su alma.

Se disipan mis articulaciones vencidas de tanta lágrima. Ya no caben dudas, el manto que se mece a causa de tu brisa es el talentoso orfebre que moldea mis alegrías de hoy, también las del ayer.

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